Logotipo de Sopeña de Curueño

LA CULTURA DEL LINO

Laureano González Getino (†)

Artículo del periodista y fundador de "La Voz de Sopeña", Laureano González Getino, publicado en la Revista Ceranda en el año 1979 que, por su interés sobre las costumbres y tradiciones de los pueblos, se conserva en la biblioteca de la Fundación Centro Etnográfico de Documentación Joaquín Díaz. Diputación de Valladolid.

El huso y la rueca constituyeron, a lo largo de los siglos, los atributos característicos de la mujer leonesa hasta que la lana y el lino fueron desplazados por el algodón y, posteriormente, por las fibras sintéticas. Debido al intenso cultivo del lino, la mayoría de nuestras riberas fueron asiento de toda una cultura, con proyecciones sociales y lingüísticas, que dio origen a un sin fin de refranes y a un rico vocabulario que aun conserva el sabor rancio y el colorido azulado de sus flores en plena madurez, mediado ya el mes de julio.

Un viejo dicho leonés, refiriéndose a las extensas plantaciones de estas riberas, asegura: "Sus tierras linares, la flor de los lugares".

No obstante, la muerte del cultivo del lino, de su laboreo y de la molienda de la linaza no fue pecado exclusivo de la introducción de las nuevas fibras y técnicas textiles. Al lino lo mató también la esclavitud exigida por su cultivo que a duras penas era compensada por el rendimiento que proporcionaba. No es extraño, por consiguiente, que las tierras linares del Porma, Curueño, Torío, Esla y Orbigo terminaran dejando definitivamente el lugar al trigo y a las patatas.

Las tierra linares de las riberas del Porma, Curueño, Torío, Esla y Órbigo que, en un principio, alternaban su producción con el trigo, pasaron al recuerdo lo mismo que sus tonos azules, sustituidos por los verdes de las vástigas de los patatales. El hecho quedó materializado en otro dicho campesino que refleja los sinsabores de su cultuvo: "El lino es polvo y el trigo es oro". En memoria a la legión de antepasados nuestros que quemaron sus pulmones en el machacado, desbagado, espadeo y rastrillado del lino o que deshicieron sus manos con el manejo de espadores, gradillas y argadillos, de los que aún quedan raros ejemplares en viejos desvanes y tenadas, merece la pena hacer un recorrido por lo que dio origen a la entrañable Cultura del Lino.

El cultivo

En el país leonés, por su climatología fría generalizada, predominaba la variedad del lino "bayal" cuya semilla o linaza se sembraba en otoño, a diferiencia del lino "caliente", propio de zonas más templadas, que se sembraba en primavera.

La linaza se esparcía abundamentemente a voleo y, según los entendidos, el sembrador debía, de cuando en cuando, mojar un dedo con saliva y tocar el suelo ya sembrado. Si en el dedo le quedaban, por lo menos, tres granos de linaza pegados era señal de que la siembra se estaba efectuando con la espesura requerida.

Una vez sembrada la tierra se cubría la semilla con una vuelta de arado, para pasar a continuación a dividir el linar en tablas de unos dos metros de anchura. Esta operación tenía como objeto el facilitar el riego, ya que el lino es una planta que requiere grandes anegamientos de agua.

Metidos ya en julio o a principios de agosto, y una vez bien granado, se arrancaba el lino a mano, preferentemente al romper el día para aprovechar el rocío a fin de que la humedad de éste evitara que se rompieran las begas o cápsulas que contienen la semilla y se desgranara la linaza.

Conforme se iba arrancando se formaban con sus cañas las "mañas" o fejes que se ataban con paja de centeno, humedecida previamente y preparado al efecto.

Acarreado a la era, allí se desbagaba sacando la linaza de las begas golpeándole con mazos de madera. Luego se limpiaba la linaza aventándola con bieldos y cerandas, desechando las bagañas y bagazo.

De la linaza molida se sacaban dos tipos de productos: la harina muy utilizada en cataplasmas para ablandar durezas, tumores y diviesos, y el aceite.

El aceite de linaza, hasta la introducción de la de oliva hecha por árabes y mozárabes, se usaba en los pueblos del norte, pese a su fuerte sabor, para condimentar las comidas y quedando posteriormente reducido su consumo al alumbrado de candiles y faroles.

Por lo que se refiere a la paja del lino, una vez desbagada se llevaba al río donde, durante nueve días, tenía lugar la operación denominada "enriado" con el que se cocían las mañas, empozadas con grandes piedras para que no las arrastrara la corriente.

Pasados los nueve días, se sacaban los fejines a los sotos de la orilla en donde, bien pinados, se dejaban orear hasta ser llevados al corral para que concluyera el secado.

Después de algún tiempo tenía lugar el "machado" o machacamiento del lino, llevado a cabo sobre las grandes piedras que, a modo de poyos, había siempre a la entrada de las viejas casas leonesas, sirviéndose para ello de la misma maza de madera del desbagado.

Venía después el "espadeo" o quebrantamiento del lino, que corría a cargo de las espaderas, oficio ejercido por especialistas que recorrían los pueblos para este menester. Provistas de la espadilla de madera golpeaban con sus bordes los manojos de lino sobre el bisel de la "gramilla", un largo tablón de madera, para separar la fibra de la parte leñosa de la caña de lino, y al quedar ésta desprendida formaba lo que se llamaba la "gramiza".

Del espadeo salían tres tipos de fibras de diferente calidad. La más apreciada era el "lienzo", que dejaba como residuos los tascos. La seguía la estopa, de segunda calidad y que daba una hilaza más basta y el "atruesco", que apenas tenía aplicación para el tejido y generalmente se desechaba.

Tanto la estopa como el lienzo pasaban aún un segundo proceso de limpieza en el rastrillo, una carda de púas gruesas, fijas en una tabla.

Los hilanderos

Para las largas noches del invierno quedaba la operación del hilado, que se hacía con la rueca y el huso, en el curso de los legendarios hilanderos, filandones o filanderos. Con esta variedad de denominación se designaban las reuniones nocturnas, que tenían lugar en las más espaciosas cocinas de los pueblos, en las que abuelas, casadas y mozas casaderas pasaban el rato echando unas "husadas". El hilado del lino fue tan sustancial entre los quehaceres de la mujer leonesa de las riberas que la rueca y el huso llegarona constituir en la mitología del país los atributos de las "Chanas", seres fabulosos que habitaban, provistas de los mismos, en las profundidades de las fuentes y corrientes de los ríos. El pueblo resumía la hacendosidad y habilidades de las casaderas en el siguiente refrán: "Hilandera la llevas, Vicente, quiera Dios que os aproveche". En cuanto a la importancia de saber manejar el huso, quedí plasmada en el dicho: "El huso de plata, gran hilo saca". Otra de las características de la buena hilandera, recogida asimismo en el refranero, era la de la constancia en el trabajo, ya que "ni lino, ni lana, quiere ventana".

Pero no en todas las zonas el hilado corría a cargo de las mujeres. Caro Baroja recoge documentos según los cuales en la zona del Órbigo el hilado era oficio de los hombres. Mientras las mujeres, dice, se ocupaban de los trabajos del campo, los hombres se quedaban en casa para hilar el lino, sirviéndose de enormes husos de hierro y haciendo, de cuando en cuando, escapadas a la taberna "a mojar el lino (como ellos decían) para que corriera mejor el huso".

Otro documento señala, a su vez, que en los pueblos próximos al Teleno "las mujeres son las que aran, siembran, siegan y cavan, mientras que los hombres permanecen en el hogar hilando y haciendo calceta".

Las husadas con la ayuda del aspador, un instrumento rotatorio atravesado con dos palos en figura de una X, se transformaban en madejas. Las madejas metidas en los carriegos o cestas especiales pasaban a la operación del blanqueado, que se hacía en forma de colada con agua bien cocida y ceniza.

Bien limpias y blanqueadas, las madejas eran transformadas en ovillos mediante una devanadera, llamada el "argadillo", antes de ser llevadas al telar para ser tejidas a manos diferentes de las que hasta entonces habían sembrado, cultivado y procesado el lino.

Daba allí comienzo el nuevo proceso de su comercialización en forma de tejidos. Los más finos o de "cárbaso" se destinaban a la confección de telas de lujo que, por supuesto, no retornarían a los que habían llevado el peso del largo y laborioso proceso, que abarcaba desde la siembra de la lizana hasta la llegada de los ovillos al telar.

El campesino tenía que contentarse, en la mayoría de los casos, con los bastos tejidos de hilaza de estopa con los que se proveían de eternas y tiesas camisas, de los sábanos bajeros de las camas, de costales y de fardelas. El único lujo que les revertía, tras el duro bregar durante todo el año con las ingratas cañas de lino era el que disfrutaban los chavales de los pueblos con los atruescos de la estopa que utilizaban como munición para sus inocentes tiratacos de saúco.

Del volumen e importancia del cultivo de lino en las riberas leonesas pueden servir de botón de muestra los datos recogidos en el Catastro del Marqués de Ensenada relativos a un pueblo medio como peude ser Sopeña de Curueño. El pueblo que hacia el año 1650 contaba con 25 vecinos, recogía en conjunto anualmente 776 heminas de linaza y 3.600 libras de lino limpio. La producción media de cada vecino venía a ser de 30 heminas de linaza y de 144 libras de lino limpio. El cura del lugar recibía, en concepto de diezmos, unas 150 libras de lino limpio anuales y el maestro de primeras letras de dos a tres libras de lino limpio por cada chaval.

Volviendo, por último, a las aportaciones del cultivo del lino al lenguaje popular, además de las palabras utilizadas hasta aquí, cabe recordar, entre otras: "Escaba" otro término para designar los desperdicios del lino. "Tiñuela", parásito del lino. "Pelluzgo", porción de estopa que se cogía de una vez con la mano. "Alrota", desperdicio de la estopa. "Tomento", estopa basta. "Fana", ovillo de estopa para calafatear las cubas y las botas de los colambres de vino. "Zarranja", peine para rastrillar el lino. Etcétera.

Concluimos con el refranero: "Cuando comienzan las uvas a madurar, comienzan las mozas a hilar".

"La moza saldrá como se cría y la estopa como se hila".

Durante suiglos, la rueca y el huso constituyeron los atributos de la mujer leonesa.