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EL CURUEÑO Y LAS TRUCHAS

El río Curueño, el viejo y legendario Curienno, nace junto a los límites de la provincia de Asturias, al pie del puerto de Vegarada, en la vertiente meridional de Sierra Casomera (Serranía de las Fuentes de Invierno), a más de 1.500 metros de latitud.

Corre de Norte a Sur por un paraje de singular belleza. Riega el terreno de las Encartaciones, cruza el paso de las Hoces rodeado de picos y montañas imponentes; grises en la cumbres y con múltiples matices en solanas y avesedos. Aquí todo es Naturaleza. El paisaje abrupto y montaraz no se pliega a la mano del hombre.

A partir de Valdepiélago, la visión del horizonte se amplía; ya no se perderá jamás. Atrás queda la montaña y nace la ribera. El río avanza: pozos, chorreras, defensas, puertos para el riego… sotos, paleros, vegetación autóctona…

El Curueño entra en tierras de Sopeña por el paraje denominado la Pedrosa, antiguas Adiles. La trucha acampaba con placer en estos pagos; aguas misteriosas, hondas, castillo encantando para cualquier visitante furtivo.

La concentración parcelaria acabó con un amplio meandro que conducía el río hasta la misma carretera, abriendo un nuevo cauce protegido por gaviones.

Pasada la Pedrosa las aguas se amansan para avanzar con rapidez hasta la Granja. Piedras y tapines retienen el río que servirá para regar unas 600 y pico heminas de lugares como el Pisón, las Eras de Arriba, el Charcón, Villaseca… tierras antaño de labranza: trigo, patatas y trébol; perfecta rotación de cultivos.

Una pequeña chorrera y el puerto del Molino; más tarde llamado de Felipe. Aquí el Curueño se convertía en molino y serrería.

La presa del molino mide unos 500 metros de larga y de 5 a 12 metros de ancho según los sitios, con márgenes o banzos de limpieza. A unos 400 metros del pueblo aparecía el Molino y la Sierra. Desde la represa derivaban los saltos de agua que producían la energía para molino y sierra; con un desagüe o aliviadero.

La Sierra se encuentra entre las tres primeras de la provincia, movidas por agua.

Marcha atrás; otra vez el Curueño… Una leve inclinación hacia la izquierda y nos hallamos en el pozo de la Cigüeña, zona de baño por decreto. Las aguas claras y el suelo de peñas transforman el río en turista veraniego. La trucha no está a gusto y permanece en sotámbanos. Los cuerpos humanos no le agradan.

Sin querer nos hemos plantado en el puerto de la Llamosa. Buen refugio para las truchas. El arroyo de Ciñera y las aguas del Barco aumentan el caudal del río.

Las cestas, los tapines y ahora los plásticos transforman las aguas en riqueza en: las Eras, Ribero, el Soto, los Trigales… hasta el desagüe en las eras de Pardesivil…

La presa de la Llamosa fue contratada por Pedro el Cantero, natural del Barrio de Nuestra Señora hacia el año 1915. La nivelaron dos vecinos de Pardesivil. El pico y la pala eran las herramientas al uso.

Riega unas 315 heminas (la hemina mide 626 metros cuadrados). La limpieza de la acequia se realiza dos veces al año: una en abril-mayo; la última limpia a finales de agosto. A cada hemina le corresponde un varal; unos dos metros.

Hagamos parada; concejo e historia en el puente, lugar de charla y tertulia.

Existieron dos puentes de madera. Las crecidas del río terminaban con ellos. Ante tal problema los vecinos decidieron colocar pilastras de cemento. Era el año 1921. La Junta Vecinal la formaban: Aurel, Ángel y Luis. Realizó la obra el “Zorro de Lugan”, Maximino. Tenía pensión en casa del tío Pablo. Para darle paso al nuevo puente situaron 4 ó 5 carros, cargados de piedra y tirados por bueyes por ver si se hundía.

La actual caja de cemento es del año 1955; siendo el contratista un tal Zumeta. Los vecinos contemplaban boquiabiertos la primera hormigonera llegada al pueblo y que era movida por un motor de gasolina.

Tres ojos del puente contemplan el caminar del Curueño hacia el Sur. Larga chorrera y suave remanso con parada en el soto de las Vallinas, pozo del tío Aurel.

La vegetación se adueña de la orilla del río. Bilortas, espinos, zarzas y fresnos impiden divisar las aguas. Las truchas con estas paredes naturales se sienten tranquilas. A un tiro de piedra, el mítico pozo del tío Pablo; paraje inigualable para el buen pescador; aguas cargadas de historia.

El Curueño arremete contra el camino de la Llamosa. Espantado vuelve la espalda y con paso seguro arriba al puerto de Pardesivil. Los remolinos tranquilizan las truchas. La sombra de los paleros y el escondite de los tapines dulcifican su vida.

El río sigue dando tumbos; meandros y más meandros nos hacen caminar por el Soto de Rufino, la Tapinera y por fin para decir adiós a tierras de Sopeña: los Trigales y los Canalones.

El Porma le espera en su margen derecha después de sufrir en un tramo final un descalabro ecológico. El Curueño con sus 29 pueblecitos guarda el misterio de otros tiempos más sencillos. La reina del Curueño es la trucha. Y… ¿Qué fue del cangrejo?

La aparición de la trucha en nuestro río se remonta a la era terciaria. La trucha tiene su cuerpo cubierto de escamas como las tejas de un tejado. Su cuerpo tiene forma de huso. Nadan con las aletas y respiran por las branquias. Viven en aguas limpias y frías más ricas en oxígeno.

Nacimiento de la trucha: Las “friegas” o el desove

Al llegar los días de blandura de diciembre y enero se observa en el río un gran movimiento. Sus orillas se encuentran en soledad. Sobre la gravilla menuda y la fina arena la hembra trabaja incansablemente cavando depresiones en el suelo, pone sus huevos en dichas depresiones y luego el macho los cubre con sus espermatozoides. Finalmente la hembra los tapa con arena para protegerlos contra la voracidad de otros peces; así como para evitar que sean arrastrados por la corriente. Este proceso se realiza casi siempre durante el día y se aminora en los días de fuertes heladas.

En el momento de nacer la trucha alevín tiene un gran abdomen que contiene la cáscara del huevo, la cual le proporciona el alimento necesario para sus primeras semanas de vida. Las larvas suelen permanecer en el fondo de la arena hasta que han absorbido la cáscara del huevo.

La rapidez de su crecimiento depende del alimento que tenga a su alcance y de la temperatura del agua. A primeros del verano pueden alcanzar unos 2 cm. de largo; son cabezudas y muy finas hacia atrás. Hacia los tres años pueden alcanzar los 20 cm. y ya pueden “fregar” o desovar.

En el Curueño hay dos tipos de truchas: común y arco iris.

La común, con su cabeza grande y cuerpo más alargado, es la trucha autóctona. Sus pencas rojas y grandes la delatan.

La arcoiris, procedente de América del Norte, es de color irisado con banda lateral cubierta de pequeñas manchas.

La repoblación del Curueño se hace con este último tipo de trucha. De no cambiar la actitud de la Administración, nuestra trucha insignia desaparecerá.

El abandono del río, la falta de pozos, el río se está convirtiendo en una chorrera; el enfermón; el furtivo moderno… Todo ello hace presagiar un negro futuro para el Curueño y sus truchas.

Mientras tanto, consolémonos con las palabras del catedrático de ecología E. Luis Calabuig.

“El río Curueño es quizás el río más emblemático que tenemos en la provincia de León en lo que corresponde a los afluentes del Esla.

Manifiesta unas características de naturalidad difíciles de encontrar en la actualidad. Ese régimen de caudales, mucha agua en el invierno, poco agua en el verano, dejando pequeñas pozas con cursos bastante lentos…
…con unos cauces, con unas riberas de setos de árboles más o menos naturales, poco transformados…
…sus niveles de contaminación son prácticamente nulos hasta La Vecilla. De La Vecilla para abajo escasamente contaminados; y solamente en la parte final hay que reseñar un ligera modificación por lo que se refiere a un encauzamiento del río con una alteración bastante grave de lo que son sus zonas de ribera”. (Del vídeo ríos de León, “El Curueño”).