Logotipo de Sopeña de Curueño

EL ORGULLO DE UN APELLIDO: CASTAÑÓN

Isidoro Castañón Fernández era un hombre de larga estatura, afilado y seco como las paleras. Hijo de Santiago Castañón y Lucía Fernández, había nacido en Primajas, pueblo enclavado en las montañas de Vegamián, perteneciente al Ayuntamiento de Reyero y lugar del que fueran naturales sus predecesores.

Isidoro llegó a nuestro pueblo al atardecer de un día de octubre, en 1848. Sus pasos se dirigían hacia la zona del Condado. Montaba un caballo de liberos andares, acostumbrado a las veredas de la montaña.

No se sabe si fue el azar lo que le hizo pernoctar en Sopeña. Quizás el cansancio del camino, o del hambre. Lo importante es que aquella noche la pasó en el pueblo. Fue Lupercio González quien, tras una larga charla, se encargó de darle cena y cobijo.

Isidoro topó con la suerte en Sopeña, pues no sólo halló buena gente, sino también una esposa con la que se casara tiempo después: Josefa, hija de "el tío Lupercio".

De este fortuito matrimonio nacieron seis hijos: Marceliano Lupercio (1850), Juan Aníbal (1852), Isabel Ramona (1854), Fructuosa (1857), Celestino Fidel (1861) y Josefa (1866).

Cuentan que Isidoro Castañón, montañés de ribera, era un hombre de talante conciliador, inteligente y ciertamente instruido. Por ello, y a pesar de ser forastero, fue nombrado alcalde pedáneo el 15 de mayo de 1857. Dicen que en una ocasión se ausentó por un tiempo del pueblo, remitiendo así una carta al alcalde que decía:

"En virtud de ofrecérseme salir fuera de mi casa por espacio de catorce días, poco más o menos, con el carro a ganar mi vida, pongo en conocimiento de V. si sirva concederme la licencia y, al mismo tiempo, nombre otro pedáneo para ejercer los oficios oportunos; y por el portador pondrá en mi favor la contesta.

Sopeña, junio 11 de 1857".

Por su buen hacer y su buena pluma, a Isidoro le fue concedida la licencia y se puso en su lugar, como sustituto al mayor contribuyente: Lorenzo Getino.

Como ya relataba antes, el primer Castañón que pisó nuestras tierras para quedarse instaló su morada en la parte alta del pueblo, cercana al Valle de las Fuentes.

La vivienda, con cubierta de teja, se complementaba con una cocina de campana, una bodega y un cuarto alto. Anterior a la casa se veía el corralón y la huerta aledaña, cercada por una pared de cantos desnudos y vigilada por un robusto nogal.

Tras la casa, formando un todo con cubierta de paja, como la mayoría, estaba la cuadra, la corte del ganado menor y el pajar.

Pocos años estuvo Isidoro casado con Josefa, pues esta murió a muy temprana edad. Emilio Artemio (quien fue recaudador de impuestos y el mayor contribuyente, en su época, del Ayuntamiento de La Vecilla), Obdulia y Patrocinio /1873, 1875 y 1879) fueron el triple fruto de su segundo matrimonio con Nicolasa García, natural de Sopeña y con quien pasó el resto de sus días.

Se dice que, ya de viejo, Isidoro acostumbraba a velar las horas del atardecer sentado bajo su nogal, al otro lado de la puerta, mientras cenaba una cazuela de sopas que mantenía largo tiempo entre sus rodillas.

Isidoro Castañón murió el 17 de octubre de 1899. En octubre también, aunque cincuenta años antes, salió de su montaña de Vegamián con rumbo a otra parte, pero el destino y la suerte le trajeron a Sopeña.

Con su muerte no se fue todo. Nos dejó su apellido encarnado en las figuras de sus hijos. Marceliano Castañón González, el primogénito, heredó de su padre el conocimiento de algunas letras. Llevando en su sangre el espíritu viajero emigró a Argentina. Retornó al pueblo con algunos dineros que, según me contaron, menguaron en León, ciudad en la que mató sus penas como mejor la pareció.

En su segundo viaje, Margarita, su mujer, se cuidó de ir a buscarle a tiempo, pues, con los años que corrían, las penas valía más matarlas en casa.

Si de los hombres es propio ser lo que sus antepasados fueron, Marceliano se desvió un tanto de la profesión de alcalde de su padre, para ejercer de Fiscal Municipal Suplente del Distrito de La Vecilla a partir del año 1905. No fue eso lo único que le diferenció de su progenitor. El primogénito de Isidoro fijó su residencia en la parte opuesta del pueblo, en el Barrio de Abajo.

Han pasado ya muchos años desde entonces. Pero nada ni nadie puede borrar el recuerdo y al huella de Isidoro, aquel primer Castañón que, por fortuna, pisó nuestras tierras. La prueba continúa aquí presente, en el orgullo de su apellido de larga tradición en la montaña leonesa.