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LOS SUEÑOS DEL CAZADOR

Primitivo Ferreras

Él.-¡Ah, ja, ja! Perfectamente, me ha sentado bien la cena. ¿Qué tal la noche, Tomasa?
Ella.-¡Muy buena!
Él.-¿A ver, a ver? ¡Excelente! Cielo limpio y estrellado, hermosa temperatura. Pues, Señor, se me figura que el tiempo se ha asegurado.
Ella.- ¿Qué?
Él.-Que somos felices. Mañana querida esposa, si no mandas otra cosa, me voy a cazar perdices.
Ella.- ¿Otra vez de caza? Válgame Dios, ¡qué manía!
Él.- ¿Qué quieres, Tomasa mía? ¿Qué quieres? Yo soy así. Con la escopeta en la mano, me paso alegre la vida. No hay cosa más divertida ni hay ejercicio más sano.
Ella.- ¿Qué es sano? ¡Qué desvarío! En la última experiencia pillaste una insolación de padre y muy señor mío.
Él.-No te lo niego, Tomasa, ya sabes por qué ha sido.
Ella.- ¿Por qué?
Él.- Porque, distraído, me dejé el sombrero en casa.
Ella.- Sí, eres el hombre más raro. Por olvido o por simpleza, tienes a pájaros la cabeza.
Él.-¿A pájaros? A pájaros bien está. Eso te demuestra que soy un gran cazador. Nadie a certero me gana. Tú no sabes lo que dices. Mañana traeré perdices para toda la semana.
Ella.- Pero ven acá, infeliz. ¿Para qué tantos apuros? Si te sale a cuatros duros lo menos cada perdiz.
Él.- Ja, ja. ¡Qué exageración! No es tal.
Ella.- Fíjate bien: entre viajes, municiones, propinas y provisiones te gastas un dineral.
Él.- Bueno, basta de sermón y sácame el traje de pana, y dispón para mañana un poquito de jamón cocido, que es excelente, dos truchas, una tortilla, el queso, una francesilla y el tarro del aguardiente. Oh, ¡pues no es mucho! Creo que me falta algo. Ah, sí, se me olvidaba: dile a la criada que dé de cenar al chucho. Que coma y bien cuidado, que, si va con hambre el pobre, la primera presa que cobre se la zampará de un bocado. Con que... adiós, Tomasa mía, voy a acostarme. No dejes de llamarme en cuando despunte el día.

DE MADRUGADA...

Ella.- Blas ¡qué dormido! Pero Blas, ¡qué sueño más pesado! ¡Blas!, anda, que ya ha amanecido. Pero... ¿no vas de caza?
Él.- Ah, sí, se me había olvidado.
Ella.- Si no he visto otra mollera como la tuya, marido.
Él.-Pero, mujer... un olvido...
Ella.-¿Un olvido?
Él.-Eso lo tiene cualquiera.
Ella.-¡Cielo santo! Si sólo uno tuvieras...
Él.- Bueno, dame el desayuno, que enseguida me levanto.
Ella.- ¡Andando! ya está dispuesto. Toma el sombrero.
Él.-Ah, ja, ja. ¿Dónde está el perro?
Ella.- Aquí está. ¿Volverás hoy?
Él.- Por supuesto.
Ella.- ¿Lo llevas todo?
Él.- Mujer, ¿piensas que tan poco valgo?
Ella.- Fíjate bien, pudieras olvidar algo.
Él.- Cuatro pañuelos, los lentes, la comida está completa y la canana repleta de cartuchos diferentes, el cinto, la bolsa, el vaso, el dinero en los bolsillos, los fósforos, los pitillos y el árnica, por si acaso. Todo está, me alegro mucho. Hasta de noche, Tomasa.
Ella.- Adiós, Blas.
Él.- Anda chucho.

EN EL CAMPO...

Molidos todos los huesos
y empapado de sudor,
con un sol abrasador
que le derrite los sesos.
Allá va Blas derrengado,
hace seis horas o más,
sin hallar, el pobre Blas,
las perdices que ha soñado.
Cazador impertinente
sigue adelante, adelante,
se sienta junto a una fuente.
El perro se echa a su lado,
le mira de hito en hito,
como diciendo: ¡Amiguito!,
nos hemos equivocado.
Pues, Señor, cosa más rara,
esto tiene mal cariz.
No se encuentra una perdiz
por un ojo de la cara.
Aquí mismo, el otro día,
vi más de veinte a mi gusto,
si se habrán muerto del susto
al saber que yo venía.
Por mi mujer, por Tomasa,
únicamente lo siento.
¿Qué dirá si me presento
sin ninguna presa en casa?
¿Quién sufre sus cuchifletas?
Andando, a probar fortuna.
Allá abajo, en la laguna,
debe de haber gallinetas.
Dicho esto, se levantó
y, aunque con algún trabajo,
echó Blas por el atajo
y a la laguna llegó.
Lanza al chucho sin recelo
al fangoso espadañal,
y, con placer sin igual,
ve Blas que remonta el vuelo
una hermosa gallineta.
Va a tirar. Oh, suerte impía.
Al infeliz se le había
olvidado la escopeta.